Surfear en invierno
Surfear en invierno
¿Por qué somos tan masocas y entramos al agua en invierno?
Como siempre las previsiones de olas se las inventa alguien lleno de rencor que juega con los sentimientos más que desmenuzados de los surfistas mediterráneos. Para descifrar una "previ" en la Costa Brava debes realizar un máster en meteorología y "big data" a la vez. Miras entre tres y cinco aplicaciones, la web de los puertos del Estado, la cámara en directo de la bocana o las webcams de inmobiliarias que han tenido el gran acierto de enfocar hacia el mar. La desesperación es tal que estás por nadar hasta la boya de Begur y pegar una webcam. En las imágenes que encuentras por diferentes portales, extrapolas el tamaño de las olas con la altura de quienes pasean cerca de la playa y la anchura de las lenguas de espuma que deja el mar. Te cagas en todo cuando te das cuenta de que las imágenes no son hace tres minutos sino hace tres días. Y cuando ya te has trastornado, concluyes que lo mejor es coger el coche e ir a asomarse tú misma. Entonces comienza la ruta de las playas, que puede robarte una hora de baño. Subes al coche rezando por no haberte dejado el neopreno, los escarpines o la amarradera. El tanga para cambiarte después, te importa bastante poco. Miras la temperatura cuando pones las llaves en el contacto y ves 8°C. Sabes que estás en el límite del bien y del mal. Puede acabar siendo un baño gélido. Saliendo del aparcamiento, ves la niebla que no se va. La temperatura desciende a cada curva. 7°C, 6°C, 5°C. Las ganas pueden más que la lógica.
Efectivamente, el cling del coche con el símbolo de nieve (4ºC) te recuerda que surfearás como si estuvieras en una nevera. Sueltas todos los improperios que recuerdas, ofendiendo a tres generaciones de antepasadas seguidas. Y después de gastar gasolina y la poca ilusión que te quedaba, llegas a un rincón de mar y detectas dos pardillos con neopreno en el agua. Te cagas en todo porque sabes que ellos saben interpretar mejor las previs que tu, y además, son madrugadores. Recuerdas el calor del nórdico que te inmovilizaba el brazo para mirar al despertador y lloras.
“Si nos levantamos temprano, temprano...”
Puto Guardiola...
Y entonces, arrancas a correr a ponerte el neopreno. Y es en ese momento, cuando te desnudas y el frío te hiela el espinazo, piensas:
–Collons, ¡ya podrían haberme gustado el ajedrez!
Llegas a la arena y con dos minutos justos de calentamiento ya crees que tienes los músculos a punto (una mentira como una casa). Cuando entras en el agua, siempre hay una ola que te explota en la cara, y los regueros congelados te descienden por la nuca, haciéndote temblar. Y ya no hay vuelta atrás, si no empiezas a remar, quedarás "pajarito". Llegas al pico y saludas, pero los dos esbirros del infierno ni te miran porque vas con una table de 7 pies, larga como un submarino y ellos van con pinchos de fibra. Se ríen pensando que te las robarán todas.
Ya veremos...
Por protocolo, dejas pasar un par de olas y entonces viene la tuya, un lomo de agua que se levanta y que lleva tu nombre. La anticipación de la bajada –o de la hostia que te vas a pegar– te hace salivar. Y empiezas a remar y te la miras de reojo amenazándola con un "no me falles ahora, ¿eh?" Y llega un momento en que el miedo es tan grande que sólo puedes mirar hacia delante y rezar para que esos músculos entumecidos por el frío te respondan. Y no sabes cómo, pero te levantas y pegas al vidrio verde que se eleva, apretando el acelerador a la vida. Son unos pocos grados de angulación los que te llevan al nirvana, clavando canto en la pared, avanzando sobre una bestia que ha nacido miles de millas mar adentro. Y toda la energía líquida de las galernas más despiadadas te cala el alma.
Y es por ese momento efímero que merecen la pena los cincuenta mil vía crucis gélidos que te marcas en pleno invierno, con la niebla todavía pegada a los pinares.
PD: En Noruega aún lo tienen peor y si no mirad la foto de @chrisburkard y veréis que el frío ampurdanés es una minucia.
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